domingo, mayo 11, 2014

Don Enrico era de l'arma...
¡Chúpele, maestro!

El excelso tenor Caruso -santo patrono de esta casa, hay que recordar- visitó México en 1919 por una corta temporada y se sabe que al llegar a la capital, de inmediato "conectó" con la gente. Hombre de mundo, bohemio y bon-vivant, el afamado personaje se dejó agasajar por la sociedad mexicana que lo acogió   cariñosamente. Se dejaba querer con facilidad, se sentía a sus anchas, y era, lo que se dice, de sangre liviana.
Durante su estancia no puso remilgos en recibir homenajes e invitaciones a banquetes y fiestas de todo tipo ni a pasear por diferentes barrios de la bella ciudad de los palacios porfiriana, incluídos restaurantes, fondas, cantinas de lujo y no de lujo, y espectáculos de jineteo y charrería.  Se hizo asuduo de las corridas de toros y domingo a domingo se le vió en una barrera de sombra en el viejo Toreo de la Condesa, donde, por cierto, protagonizó una curiosa e hilarante anécdota que contaremos en otra ocasión.
Entrado en gastos de parranda de madrugada al terminar las fiestas que le ofrecían, no desdeñaba invitaciones de sus nuevos amigos para llevar serenatas a sus musas, quienes, sorprendidas de tan fenomenal vozarrón que les cantaba bajo el balcón, se llevaban la sorpresa de su vida al ver al gran Caruso abajo, a media calle, erguido y elegante, con una copa de mezcal en la mano, despertando al vecindario con su personalísimo do de pecho y cantando dulcísimas melodías como aquella de "A la luz de la luna" u otras del repertorio clásico y también del gusto popular del momento.
Por lo pronto, y gracias a El Orejano, ponemos esta fotografía del eximio tenor iniciándose en los sápidos disfrutes del pulque, de manos de una soprano y paisana suya que por haber pasado ya una larga temporada en el valle azteca, se había aficionado a la bebida de los dioses del altiplano.