Un sibarita, un danzón.
Así lo definió “el Pelucas”, nuestro sub-comandante de turno, cuando nos hizo la reseña de su visita a La Virtud. Y tal fue el título que le puso el pintor español al terminarlo de plasmar en el lienzo: un sibarita.
La virtualidad nos confunde. A ciencia cierta no podríamos asegurar que de trata de una visita real de este majo goyesco o sólo ha sido un sueño de esos que se descabezan después de recetarse unos buenos curados en una tarde poética de verano. Si el personaje estuvo aquí, o si la imagen es producto de un rapto de la profusa imaginación de “el Pelucas,” nadie se atrevería a apostar ni un cacahuate.
Lo cierto es que ante lo rotundo de la imagen y del sabor de la historia que ésta cuenta sin necesidad de ripios y exageraciones propias de nuestro mitómano personal, (inevitablemente se les pasa la mano al embucharse, como no queriendo y de pasadita, algunos centilitros de neutle en cada servicio, como comisión) el personaje no nos resulta -para nada- ajeno.
Es más, su figura se aviene de maravilla al perfil de algunos parroquianos frecuentes de este almacén de placeres y tálamo de musas. Tiene la misma cachaza y la misma expresión displicente y mamuca que varios de ellos mostraron la primera vez que estuvieron por acá.
El sibarita, a decir de Pelucas, llegó silenciosamente, se aquerenció en un rincón, junto a las barricas, al lado del reservado del Obispo; encendió su tagarnina con un viejo mechero de pedernal y, mientras degustaba su ración de licor exquisito de Mayahuel que le fue servido, nunca dejó de mirar de ese modo hacia donde se encuentra la sinfonola, especialmente cuando de ella brotaban las notas suculentas del danzón intitulado “Yo no voy a Alemania” interpretado por la Danzonera Yucatán.
El castizo personaje parecía como extasiado con la música del caribe que llenaba de vida y alegraba el salón. De seguro pensaba que en sus tiempos, allá por 1806, aún no se había inventado esa bella y sabrosa armonía cubana; ni mucho menos que, en 1879, cuando a él lo pintó en Sevilla José Jiménez Aranda, tampoco había nacido la abuelita del maraquero de la orquesta.
Aunque UD. no sea virtual como el personaje, ni le interesen los curados virtuales de guanábana que se sirven en La Virtud, ni piense volver a honrarnos con su visita, le recomendamos, eso sí, disfrutar por un momento y sin prejuicios el danzón de marras u otro de nuestro selecto repertorio: solo diríjase al aparato, abajo, al fondo, ponga la pieza, déjela que corra un buen trecho
...y báilela, aunque sea unos cuantos compases nada más; es bueno para el espíritu y de efectos comprobados para dar santo alivio a las posaderas y al cogote, después de tanto estar allí, sentado frente al monitor.
Ah, y no se preocupe por lo que el sibarita pueda pensar de usted al obervar su manera de mover el bote: es virtual, no dice nada, no piensa en nada...ó sí?
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Imágen: jacksonauction.com
2 comentarios:
Me acordé de la música de la Pulquería... ojalá te guste
http://www.youtube.com/watch?v=mpBxeNhG5TY
Musica de la Pulquería?...de cual pulquería?
Sorry, amiga, esos "cherrys" no son de pulquería. Son para extasiar quinceañeras fresas y hacer trepidar a afeminados asépticos.
Acá traemos un rollo mas vernáculo, mas genuino.
Saludos!
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