martes, abril 27, 2010


Góngora y José Menese: el reclamo de un galeote.

La galera pudo también haber sido romana o cartaginesa, o provenir de las playas lejanas de Fenicia o de la culta Alejandría y ser similar o acaso idéntica a las que transportaron en los tiempos oscuros a Jonás y a Ulises desde Jaffa y el Peloponeso; quizás habrá tenido el mismo porte y calado de aquellas intrépidas naves que desafiaron monstruos atlánticos y sirenas mitológicas y se atrevieron a traspasar la maldición de las columnas de Hércules, hasta acogerse al abrigo de una bahía maternal que luego todos llamaron Gades y que al paso lento de las centurias se fue convirtiendo en portal de nuevos milagros marineros en horizontes insospechados.
Y el infeliz galeote, que Góngora nos pinta esclavizado por el pirata otomano Dragut, que pudo ser (a quién le importa ya?) un pescador cautivo de la Sicilia o un corpulento herrero de Almería, cubierto de llagas y penas, sin esperanza alguna de salvación, plantando cara a los azotes y al viento en la cubierta, bajo las estrellas, lo mismo que doscientas generaciones de remeros quejumbrosos y desventurados, antes de ser pasados a cuchillo o de hundirse encadenados al navío, hasta el fondo de las aguas mediterráneas, teñidas ya de sangre antigua en las cien mil tragedias navales del poema.
Amarrado al duro banco
De una galera turquesca
Ambas manos en el remo
Y ambos ojos en la tierra...
En un milagro de transfiguración poética, José Menese mira con gesto duro al horizonte azul de la noche telúrica donde se dibuja la arena de una playa de Al Andalús y sujeta con fuerza los pesados y ásperos remos.
Su rostro se ensombrece y recoge la desesperación del galeote atribulado estremeciéndose por la vista de su tierra tras diez años de ausencia.
Baja por un instante la cabeza y aspira hondamente, como para llevar a sus adentros algunas moléculas de dolor que los siglos conservaron flotando para siempre en los aires del mare nostrum; luego deja salir lenta, muy lentamente el grito prisionero. Al principio, contenido y solemne, bordado de modulaciones y jonduras y después, franco, sin tapujos, emergiendo desde el fondo del pecho, desgarrado, atroz, reclamante:
Pues eres tú el mismo mar
que con tus crecientes besas
las murallas de mi patria,
coronadas y soberbias,
tráeme nuevas de mi esposa,
y dime si han sido ciertas
las lágrimas y suspiros
que me dice por sus letras...
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Voz de la antigüedad que el talento de Don Luis capturó y pasó por el alambique de su genio barroco.
Poema puro y primigenio, mojado por las olas, que no habría podido encontrar un intérprete más solvente y genuino, desde la lejanía del siglo de oro.
El inconmensurable cantaor sevillano en su robusta salsa; el arte rebelao en su grave madurez andaluza, íntegra y social; voz doliente y desgarrada que les reclama -sin pudores pero sin enojos- intimidades al mar y a las estrellas desde el duro banco de una galera mediterránea, frente a Marbella, en una madrugada del año del señor de 1596.
La misma exigente querella de la verdad que a ronco grito partío se desbordaba con las notas de una guitarra, hace ya casi siete lustros, en un sótano semiclandestino del número 10 de la calle Monteleón, en el barrio madrileño del 2 de Mayo, donde el pulquero escribidor de estas líneas jaleaba los cantes de José, emocionado, formando parte de la multitud de melenudos apiñados frente a docenas de jarros de Valdepeñas peleón y casi ocultos por la penumbra densa de tabaco negro.
En aquellos tiempos él mismo y sus amigos asiduos de la Peña “La Carcelera”, y el propio actuante Menese, eran jóvenes que remaban duro y oteaban horizontes sobre galeras y océanos menos crueles que los del personaje gongorino.
Es más de media noche y ésta casa ha cerrado sus puertas ya.
El personal pulqueservidor se ha retirado a descansar; reina el silencio, el músculo duerme, pero acechan los duendes.
De pronto, la emoción del cante llega hasta La Virtud y se enreda en la de la añoranza y la nostalgia; el viejo cascarrabias de Góngora se sienta con nosotros y se sirve algo también; nos acompaña -ad honorem- el incomparable Cajerito de Jeréz.
La noche es larga todavía.
Si usted sabe apreciar y gusta de la historia, la poesía, y de estas loqueras del cante jondo, puede escuchar a Menese metido en la piel del galeote mediterráneo en esta extraña y genial obra de arte, aderezada por una música alucinante. Haga clic en la liga, aquí abajito.
Si no, ni pierda el tiempo.
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Foto: Alberto Román Vílches, www.lacalledelangel.blogspot.com

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