El incómodo.
Finalmente el incómodo se fue de su tierra, no sin antes poner la otra mejilla para que ellos se hartaran de oprobio. Tomó su viejo maletín, empacó algunos harapos y un par de libros y se marchó en silencio, sin más testigos que la luna llena que iluminaba el camino y un gato que lo miraba desde una azotea.
Por su condición de hijo pródigo retornado, había debido aceptar iniquidades y desaires desde que, confiado, arrimó su barca al puerto nativo, luego de recorrer mares ignotos. Al acercarse a los suyos, no lo esperaban el calor y el cariño del hogar recobrado; lo aguardaba una ruindad desconocida para cebarse en su desprendimiento; una inquina feroz se ensañaría con su decencia y sus ideas. Tan solo por no adaptarse al corralito ni transigir con infamias y corruptelas se había ganado malas voluntades de quienes menos esperaba. Querían despojarlo hasta de su dignidad.
Primero lo usaron a su conveniencia, después intentaron avasallarlo; al final le negaron la entrada a la que alguna vez fue su casa, le mostraron las uñas y para que no quedara duda, le enseñaron los colmillos.
Ni siquiera intentó contrariarlos, ni un reproche salió de su boca; su acuse de recibo fue el silencio. Cuando se echó a andar, sintió que a sus espaldas, el viento, burlón, le decía :
Ni siquiera intentó contrariarlos, ni un reproche salió de su boca; su acuse de recibo fue el silencio. Cuando se echó a andar, sintió que a sus espaldas, el viento, burlón, le decía :
--Vete de aquí, ingenuo... vete, aquí ya no cabes.
--Hoy nada tienes aquí...tenías, pero hace tiempo...
Ellos disimularon su alivio cuando lo vieron alejarse. Y cuando por fin se perdió en la noche del exilio, cerraron las puertas y se sentaron a celebrar: ahora nadie les estorbaba.
El trastierro del incómodo fue para ellos una felíz y clamorosa victoria cultural; para él, una tragedia que le cambió la vida.
Nunca se le volvió a ver por allí.
Bécquer decía que el supremo dolor era el de la miseria y el desamparo; los filósofos de Samarcanda afirmaban que la peor desdicha era la incomprensión convenenciera; los poetas líricos de Atenas, que las penas más dolorosas eran el destierro y el desprecio de los seres queridos.
El telón de esta historia se abre de nuevo por un instante, solo para añadir que, aquellos que echaron a Charlot a patadas en un lejano día, y durante largos años se solazaron en su ausencia, ahora andan diciendo que es un malvado porque los abandonó, y sobre todo porque no ha regresado a perdonarlos.
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