viernes, noviembre 05, 2010


El incómodo.

Finalmente el incómodo se fue de su tierra, no sin antes poner la otra mejilla para que ellos se hartaran de oprobio. Tomó su viejo maletín, empacó algunos harapos y un par de libros y se marchó en silencio, sin más testigos que la luna llena que iluminaba el camino y un gato que lo miraba desde una azotea.
Por su condición de hijo pródigo retornado, había debido aceptar iniquidades y desaires desde que, confiado, arrimó su barca al puerto nativo, luego de recorrer mares ignotos. Al acercarse a los suyos, no lo esperaban el calor y el cariño del hogar recobrado; lo aguardaba una ruindad desconocida para cebarse en su desprendimiento; una inquina feroz se ensañaría con su decencia y sus ideas. Tan solo por no adaptarse al corralito ni transigir con infamias y corruptelas se había ganado malas voluntades de quienes menos esperaba. Querían despojarlo hasta de su dignidad.
Primero lo usaron a su conveniencia, después intentaron avasallarlo; al final le negaron la entrada a la que alguna vez fue su casa, le mostraron las uñas y para que no quedara duda, le enseñaron los colmillos.
Ni siquiera intentó contrariarlos, ni un reproche salió de su boca; su acuse de recibo fue el silencio. Cuando se echó a andar, sintió que a sus espaldas,  el viento, burlón, le decía :
  --Vete de aquí, ingenuo... vete, aquí ya no cabes.
  --Hoy nada tienes aquí...tenías, pero hace tiempo...
Ellos disimularon su alivio cuando lo vieron alejarse. Y cuando por fin se perdió en la noche del exilio, cerraron las puertas y se sentaron a celebrar: ahora nadie les estorbaba.
El trastierro del incómodo fue para ellos una felíz y clamorosa victoria cultural; para él, una tragedia que le cambió la vida.
Nunca se le volvió a ver por allí.
Bécquer decía que el supremo dolor era el de la miseria y el desamparo; los filósofos de Samarcanda afirmaban que la peor desdicha era la incomprensión convenenciera; los poetas líricos de Atenas, que las penas más dolorosas eran el destierro y el desprecio de los seres queridos.
El telón de esta historia se abre de nuevo por un instante, solo para añadir que, aquellos que echaron a Charlot a patadas en un lejano día, y durante largos años se solazaron en su ausencia, ahora andan diciendo que es un malvado porque los abandonó, y sobre todo porque no ha regresado a perdonarlos.

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