miércoles, diciembre 21, 2011

Cuando duerme el león...

No es un lugar común o un cliché de esos que integran el acervo de calamidades y desgracias que los cantineros y pulqueros del mundo registran y conocen por boca de las víctimas clientelares de la desdicha cuando se acodan éstas en la barra y desembuchan sus cuitas con idéntico abandono con el que se postran sin pudor en el confesionario del Padre Puereco.
Se trata de la expresión gráfica de una realidad lacerante que los parroquianos de esta casa (y de otras) suelen enfrentar con mayor frecuencia en el mes de diciembre, y que alcanza cotas de lucha épica entre las fuerzas del bien y del mal después del esperado cobro del aguinaldo y de los desembolsos de la posada de la oficina.
Se produce en la mañana que sigue a la noche en que el señor de la casa se toma sus primeros alipuces de la temporada, en esas desgraciadas horas en que su lucidez y su conciencia patrimonial tienen la misma fuerza que las sobras de un plato de menudo en el frescor de la alborada.
La operación ha de ser limpia, precisa, y se consuma en un santiamén.
Es la venganza del destino, el rigor de la pradera, la ley del monte, el apotegma de Herodes, llámele como ud. quiera, pero se trata de un acto atroz que, según dicen, está programado genéticamente en la naturaleza misma de la ejecutante, por más que ésta lo pretenda disimular con un angelical silbidito, como se puede mirar en la fotografía con que nos ilustra el tema el poeta Froilán, hombre de edad provecta y muy versado en estas cosas de la vida.

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