sábado, marzo 16, 2013

Norberto estuvo a punto, pero...
...Lástima, Margarito!

Nos informa nuestro corresponsal oficioso en El Vaticano, el cosmopolita y nunca bien ponderado parroquiano el Máistro Mecates que las cosas estaban al rojo vivo en el Cónclave antes de ser elegido el Sumo Pontífice, que todo parecía ya arreglado de antemano para que el escrutinio no se prolongara días o semanas como en otras ocasiones y se impusiera un “candidato de unidad”.
La razón: que el mexicano Norberto había resultado favorito para ser el sucesor del trono de San Pedro en las primeras rondas exploratorias de intención de voto entre los cardenales que formaban el supremo grupo elector. Estos ejercicios son los que se llevan a cabo en primera instancia y sirven de referencia para iniciar el complejo proceso de selección del nuevo papa. 
En efecto, -nos dice el informante poblano- las preferencias iniciales en favor de nuestro purpurado compatriota duranguense eran clamorosas, a tal grado que ya hasta circulaba por debajo de las sotanas de los emocionados cardenales iberoamericanos, una bota española de cuero llena de tequila. 
Aquí hay que decir que el estricto cánon eclesiástico del ceremonial sucesorio no permite la introducción de envases de vidrio ni objetos punzo cortantes o arrojadizos de cualquier tipo en los santos aposentos, ni mucho menos durante un sínodo papal, por eso introdujeron la bota, de contrabando. 
El júbilo era generalizado en la Capilla Sixtina. Se podía escuchar el tararear gozoso de las notas del Cielito Lindo y de otras melodías mexicanas a lo largo y ancho del sagrado recinto de la suprema votación. 
Antes del cómputo formal, el tequila fluía como por arte de magia de entre los faldones coloridos de los arzobispos electores. El licor de Jalisco rolaba por doquier y, mágicamente, la bota se volvía a llenar quién sabe cómo en su paso entre las purpúreas bancadas, provocando sonoros tosidos y carraspeos al ir entonándose las sedientas gargantas de los ministros del señor.
En la gran sala, el entusiasmo era desbordante y también se podían escuchar disimulados gritos de ¡Viva México! entre los grupos de prelados que se formaban afuera y cuchicheaban en antecámaras y pasillos.
La cosa ya estaba hecha, no quedaba duda, Norberto sería sin duda el nuevo Papa.
El Máistro Mecates nos cuenta toda la historia sin omitir detalles, ya que mediante sus conocidísimas y eficaces argucias, había logrado colarse al impenetrable complejo de los palacios vaticanos disfrazado de jardinero, a pesar de las extremas medidas de seguridad en situaciones tan delicadas como una elección papal.

El nombramiento del nuevo pontífice estaba ya casi resuelto, pero faltaba la summa votantis, que en los procedimientos tradicionales que se siguen, representa la última etapa del asunto.
De pronto se hizo el silencio.
No se oía ni el ruido de una mosca, salvo algún eructo ahogado con esfuerzo a causa de los tragos que habían circulado minutos antes entre los participantes de América Latina; solemnemente se dio paso a un prolongado sinnúmero de oraciones y latines aburridos que sería largo de contar. 
Sonaron las trompetas celestiales y, frente al solemne cónclave allí reunido, el anciano cardenal presidente del grupo ejecutor protocolario, con grave y profunda voz, pronunció las palabras de rigor que se utilizan en el ceremonial para comenzar el escrutinio y elegir al nuevo pastor de la iglesia de Roma (por cierto muy parecidas a las de las bodas, cuando el sacerdote pregunta que, si hay algún impedimento, se diga ahora o se calle para siempre). 
Fue entonces que el grupo de cardenales argentinos hicieron estremecer al cónclave en pleno. Pidieron la palabra y solicitaron respetuosamente exponer lo que dijeron ser un grave impedimento procesal para la candidatura de Norberto Rivera, de acuerdo con el punto tal y cual de la ordenanza canóniga. 
El hablar pausado y tenebroso de su vocero comenzó a helar la sangre de los presentes y tornó más hondo y dramático el silencio imperante. 
El cardenal de Santa Fe de Buenos Aires, Isidoro Pérez-Cuccilone se hizo escuchar con energía electrizante y puso los pelos de punta a la asamblea en aquellos momentos de máximo asombro y angustia. 
Con matices porteños y timbres prosódicos de profeta bíblico del Boca Júniors, el notable clérigo bonaerense solicitó la presencia de un "Testigo de pruebas" en la santa capilla, haciendo sonar la campana de las mociones de órden y, sin esperar respuesta, se aventuró enseguida una perorata labiosa e inextricable que se extendió por varios minutos.
Dado que el testigo de cargo que el team sudamericano deseaba presentar era del sexo femenino, era indispensable justificar la presencia de una mujer dentro del sínodo vaticano, a riesgo de lesionar los ancestrales y rígidos principios protocolarios al respecto.
Luego de una larga discusión que se desencadenó entre expresiones altisonantes, gritos y hasta nutridos pataleos y silbatinas, se dio el permiso protocolario y se hizo pasar a la sala a una mujer. 
El escándalo era de antología. Nunca, desde el segundo concilio de Numancea, ninguna fémina se había atrevido a hollar los terrenos exclusivos de los papas de Roma.
Aquí el Máistro Mecates se alarga también en una descripción pormenorizada y llena de color de de los acontecimientos que presenció en vivo y en directo en Italia.

--Bueno, bueno, Máistro, ya no nos la haga de emoción y cuéntenos qué pasó al final. Pero díganoslo todo sin sus rollos abundosos y culteranos, que ya se nos queman las habas –le dijo La Lupe que estaba embobada, oyendo la reseña del vejete y con un trapo entre las manos. 
--Cuéntenos la causa por la que el padre Norberto El Trompas no pudo ser el nuevo Papa –exclamó don Moisés Aguilar, intrigado y expectante, con su caballito de mezcal de Huitzila en la diestra.
--Pues miren ustedes, estimados contertulios: luego de la tormenta que se dejó venir con la denuncia de los argentinos, entró por fin la mujer que, según esto, iba a presentar la misteriosa acusación.
Era una vieja mucama, veterana del servicio en las cocinas de su Santidad, que sudaba copiosamente y caminaba con la mirada baja y llena de temor. Ajustándose la cofia, que se le permitió conservar sobre sus sienes, la pobre mujer formuló una denuncia que, de paso les diré, llevaba muy bien ensayada, dramatizando los hechos con mil chillidos y tronándose los dedos entre sollozos. 
Explicó la vieja que el día anterior, como a las once de la mañana, un cardenal “morenito y trompudo”, a quien señaló con el dedo allí mismo entre los presentes, se estaba orinando muy campante en el jardín que se encuentra a la derecha de la entrada de la biblioteca, y que la meada caía sobre un tiesto de albahaca y perejil de los que se utilizan en la preparación de los sagrados alimentos de su Santidad. 
Acto seguido, la acusadora se quejó de que, al llamarle la atención, el prelado de referencia se burló feamente de ella y además, le dijo (en español):
--Cállese pinche vieja chismosa, yo me meo donde me da mi gana, váyase al carajo.
--Y allí ardió Troya...
Con eso bastó para voltear de cabeza la votación papal.
Ya se imaginarán ustedes la que se armó entre los cardenales del sínodo.
--Pobre México,...lo que perdimos por...

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