miércoles, junio 12, 2013


El gobernador de Guanajua...no, perdón, de Jalisco...no, no,... del liberal
Chihuahua "ofreciendo" su estado a Jesucristo y pisoteando la
Constitución Mexicana.  Beleive it or not.
La nueva beatería política...
Hipócritas y transgresores.


Un nuevo y ominoso fantasma recorre el territorio de las desgracias mexicanas, añadiéndose alegremente al repertorio de sus esperpentos.
Aparece una mochería inédita y se multiplica sin freno. Llegan al poder los nuevos rostros de la derecha “revolucionaria e institucional”. 
Alcaldes, gobernadores y próceres, todos de pezuña hendida y de variado pelo “ofrecen” sus municipios y estados como si fueran de su propiedad a la iglesia de Jesucristo y a los santos del cielo en ceremonias ridículas que remiten al oscurantismo de la edad media. Dejan boquiabierto y ofenden al mexicano inteligente y envilecen lo poco que queda del prestigio de nuestro país en la comunidad internacional.
Además de la corrupción corregida y aumentada por la docena trágica de los gobiernos derechistas de Fox y Calderón, a los vicios atávicos de nuestras clases dirigentes actuales de casi todas las siglas partidistas se les agregan ahora lacras ideológicas que se creían ya erradicadas y que no se mostraban tan cínicamente desde las remotas oscuridades del siglo XIX. De aquel tiempo en que sus devaneos totalitarios y canallas ensangrentaron a México y pretendieron volver a imponerle un dominio político y militar extranjero, así como condiciones económicas y sociales de esclavitud colonialista.
Las ambiciones insaciables de los conservadores vende patrias y la perniciosa iglesia católica de aquellas épocas fueron por fortuna neutralizadas y puestas en su lugar por la fuerza y la voluntad de un pueblo heroico, guiado por el espíritu justiciero de Benito Juárez y los dignísimos liberales.
Pocos años después, la pax porfiriana hizo posible que anidaran nuevos amagos derechistas y extranjerizantes que fueron igualmente sofocados por la Revolución.
Al término de la lucha armada, la razón y el interés del pueblo mexicano se impusieron a las ambiciones sin límites de la iglesia; los poderes fácticos del gran capital y la intervención extranjera que habían sido generosamente prohijados por el dictador fueron detenidos en seco.
Durante los setenta años siguientes, los principios revolucionarios que hizo suyos el régimen priísta mantuvieron con éxito a raya las ambiciones retrógradas de la casta reaccionaria representada por una derecha mercantilista y convenenciera, pero más o menos respetuosa de la correlación de fuerzas políticas.
Al igual que el resto de los países civilizados, a la iglesia católica, apostólica y romana se le impusieron normas jurídicas, límites justos y acordes a su misión evangelizadora. Los afanes de recuperación del poder omnímodo de los curas entraron en un estado larvario. 
Fortalecida la nación y desarrollada una vida civil sin ataduras ni imposiciones religiosas de ningún credo, la población disfrutó entonces un largo tramo de razonable estabilidad, justicia y concordia social.
México era un estado laico.
Pero un día, de repente, todo cambió.
El neoliberalismo trajo nuevos rostros al finalizar el siglo veinte y a partir del sexenio de Miguel de la Madrid, una beatería impresentable, no afiliada a la derecha doctrinaria del PAN como se esperaría, sino –quién lo hubiera creído- al llamado partido de la Revolución Mexicana, el PRI.
Los nuevos revolucionarios (reaccionarios) tomaron el poder y ahora lo ejercen sin pudor alguno, violando sistemáticamente las leyes, pisoteando la laicidad del estado mexicano y burlándose de nuestra historia.
La mochería tricolor se hermana ahora con la beatería blanquiazul estimuladas ambas, presionadas por el chantaje del Vaticano, un estado ajeno e intervencionista que en el siglo XXI se encuentra en vergonzante descrédito y es visto por los pueblos más avanzados del mundo con suspicacia y repudio. Pero en nuestra nación, estos políticos de aldea, descastados e hipócritas van a dios rogando y con el mazo dando. 
Y el pueblo que lo permite.

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