miércoles, mayo 16, 2012


Fuentes, el espejo, la mujer y la estatua...

Ha muerto Carlos Fuentes. Poco o nada podemos agregar a lo que se dice hoy de él y de su obra inconmensurable salvo que, como a Vasconcelos y toda proporción guardada, en su vejez, el destino o vaya usted a saber qué misterioso mandato, no le colocó en las mismas alturas en lo político que en lo literario. Pero eso poco importa el día de hoy frente a su genio y su grandeza.
La fotografía que acompaña a esta entrada siempre nos ha gustado; adorna desde siempre un muro de nuestro salón, es parte del activo fijo. El ella aparecen Monsiváis, Cuevas, Fernando Benítez y Carlos Fuentes en una mesa de la cantina La Ópera de la ciudad de México a fines de los años sesentas.
Como persona el gran escritor era también un personaje de novela; su vida es un compendio de aventuras, viajes y anécdotas que quizá nunca termine de escribirse. Enseguida reproducimos un fragmento de un artículo del  argentino Martín Caparros publicado ayer por el diario madrileño El País. Nos pinta de cuerpo entero al Fuentes humano, vivísimo e intenso que fue hasta su muerte y nos hace admirar aun más su incomparable sentido del humor:

Una noche de hace diez años, también en Buenos Aires, fuimos a escuchar tangos. Era sábado y estábamos en un club de un suburbio porteño: una pista de básquet convertida en milonga, matrimonios añosos, bailarines eximios. Un presentador de ocasión tomó el micrófono para decir que estaba entre nosotros el mayor escritor latinoamericano, y todos aplaudieron. Fuentes saludaba con su inclinación cortita de cabeza; después le pregunté cómo le resultaba eso de escuchar todo el tiempo tanto elogio, tanto gran escritor.
–Me mato de risa, me muero de risa. Yo me veo todas las mañanas en el espejo y digo: ¿gran qué? ¿Ese señor que se va a rasurar y a lavar los dientes?
–¿Pero no te da cierto escalofrío...?
–No. Además recuerda que detrás de todo gran hombre entre comillas hay una gran mujer diciéndole 'che no sos tan grande, no te lo creas, no seas pendejo'... Y yo por fortuna tengo esa mujer.
Dijo, imitando el acento, y se rió. Esa mujer, Silvia Lemus, estaba del otro lado de la mesa pero no nos oía: tangos sonaban fuerte. Entonces le pregunté por las formas del recuerdo, cómo se imaginaba que sería recordado. Debía ser extraño, le dije, tener garantizada su avenida.
–No sé, quién sabe. Lo que yo nunca querría es ser estatua: a las estatuas las cagan las palomas. En cambio una estampilla me gustaría más. Es bonito eso de la estampilla: sirves para la comunicación y, además, te están lamiendo todo el tiempo.
Dijo Fuentes y, otra vez, soltó la carcajada.

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