martes, septiembre 11, 2012

Donde anidan los chuchos...
Aullidos, histeria y hedor a perro muerto!

Nuestro querido parroquiano el Máistro Mecates es lo que se dice un trotamundos que disfruta mirar la vida en primera fila: anda por todos lados y siempre a pie; es un viajero incansable y curioso, mete la naríz en los lugares más insólitos. Hoy se le puede ver caminando por el centro de Tapachula, Chiapas y mañana comiendo mariscos en las playas de Casitas, Veracruz. Se le identifica por su sempiterna guayabera blanca, recién planchada e impecable, como si fuera un sonero jarocho antes de un concierto de gala.
El vejete anarquista llega al salón de La Virtud, coloca su periódico sobre la barra, enciende un Delicado sin filtro y muy ceremonioso pide al Pelucas un curado del día; nos platica que acaba de llegar de la ciudad de México y que trae muchas novedades. 
Mal termina de saborear el primer buche de neutle curado de piñón cuando se le forma un corrillo alrededor para escuchar su sabrosa plática; los parroquianos se levantan de sus mesas y jarra o catrina en mano se aproximan a él para no perder detalle de sus correrías.
  --Caminaba por las calles de Álvaro Obregón –nos dice nuestro amigo Mecates- luego de tomarme un café y unos bísquetes de ensueño cuando de pronto, al llegar a la Av. Monterrey percibí de lejos una especie de aura de color oscuro flotando encima del edificio que ocupa la dirigencia del PRD. No era precisamente un aura, corrigió, era como un pequeño nubarrón de aspecto poco agradable.
  --Al aproximarme pude notar que algo, un ente de aspecto extraño en mitad de la acera emitía sonidos guturales ininteligibles: parecía un ave zancuda, un ruinoso pelícano con las plumas estropeadas, remojado y de mal humor. 
  --Cuando me acerqué más, un tufo nauseabundo me dio en plena cara y se dejó escuchar primero un aullido largo y lastimero y enseguida sonidos estruendosos inconfundiblemente gástricos que se repetían con altibajos tonales y fácil alcanzaban los cien decibeles de intensidad. 
Todo provenía del interior del inmueble donde, por la naturaleza y el volumen del sonido, se comprendía que alguien o varias personas defecaban sobre un micrófono y aullaban histéricamente. 
Por momentos los chillidos arreciaban y el pajarraco aquél agitaba las alas y vomitaba de modo insolente sobre los transeúntes. No lo podía creer; pensé que estaba viendo alucinaciones o que me había intoxicado con la merienda del café de chinos. 
Pero no, estimados contertulios, aquel zopilote mojado era nada menos que... míren, y entonces nos mostró la primera fotografía: 
  --Es Chucho Ortega! exclamó El Charifas y la pasó a los demás del corrillo, que se la arrebataban entre carcajadas.
Picado por la curiosidad me detuve unos metros más adelante -prosiguió el Máistro- lo suficiente para indagar lo que estaba ocurriendo en la sede del Partido de la Revolución Democrática, pero fuera del alcance de las deyecciones de aquella piltrafa horrorosa que no dejaba de agitar las alas y manchar la vía pública.
En eso apareció corriendo este sujeto –y nos enseñó otra foto, sonriendo-.
  --Uuuta!, reviró Pompeyo el de la Orquesta...es el senador Navarrete y miren, va en calzones... y lleva cargando unos retratos gigantescos de Beltrones y El Jefe Diego, ja-ja-ja!
No tardaron en aparecer otros personajes harto conocidos del sol azteca, todos en condiciones terribles: salió uno aullando y miren ustedes, en mangas de camisa, desfajado, gritando obscenidades y con un destapacaños y una bacinica en la mano.
  --Es Lupe Acosta Naranjo, dijo El Menudo.
  --Míren ése otro, el de los ojos de sapo temporalero que se pavonea mostrando una pancarta que dice: Yo ya soy senador, a mí me vale...es El Barboso, uno de los chuchos que ya rinden pleitesía a la flamante nomenklatura priísta...
Del sótano emergió violentamente una dama joven y bien vestida, pero sin un zapato, corriendo a saltitos y protegiéndose la cabeza con un elegante bolso Gucci; era perseguida por una feísima mujer despeinada que le gritaba: 
--Lárgate, pinche traidora, ve y ofrécele esa regiduría de Petacalco a tu chingada madre, al tiempo que la tundía a escobazos con furia.
  --Son Chayito la Ahumada y la Zavaleta de Coyuca, dijo Don Chón con aires de suficiencia. De seguro  que la meretríz salinista vino a invitar a su antigua comadre y correligionaria a unirse a Peña Nieto, pero a la guerrerense se le hizo poquita cosa la oferta de un puesto político de quinta en un pueblo. 
  --Míren y allí atrás vienen los Bejaranos, la Amalia y su bodoque, forcejeando con un fajo de billetes.... 
  --Y allá van el otro Chucho, Zambrano y la ex-diputada Mary Thelma la Almodóvar cargando una credenza y varias tapas de WC...
Aquello era un verdadero desmadre, continuó la reseña del Mecates, parecía un aquelarre en el que las brujas habían enloquecido más de la cuenta.
Ah, y hubieran visto cómo se pusieron los chuchos cuando, desde la acera de enfrente y trepado sobre el techo de un microbús, el escritor Paco Ignacio El Teibol  les gritaba chingaderas y burletas, provisto de una bocina de mano:
  --Bola de traidores, ora sí se les acabó la chiche, pendejos!
  --A ver qué van a hacer con un partido sin electores y sin líder...
  --No van a quedar más que ustedes y la basura en el PRD, hatajo de gweyes...
A ver, a ver, amigos contertulios de La Virtud -se alzó la potente voz del Máistro- ya me aburrí de historias, pero ái les dejo el resto de las fotografías para que se diviertan un rato. Yo voy a regalarme con una inmersión en la barrica mayor...
  --Pelucas!, un completo, porfa...
Sobre la barra quedaron las gafas y los Delicados del viejo; nadie los tomará mientras su dueño descansa, gorgorea y se solaza de lo lindo haciendo olitas en una barricota llena de pulque. 
Allí quedó también un periódico doblado, cuyo encabezado se alcanza a leer: “AMLO ABANDONA EL PRD”.

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