miércoles, septiembre 28, 2011


Estampas de París...

No, no se trata de ninguno de nuestros parroquianos cosmopolitas que, como el Máistro Mecates visitan con fecuencia la ciudad luz y se solazan en su ubérrimos bistros y buvettes; tampoco es el laureado poeta Orejano cuando, siendo dizque estudiante, se la pasaba de prángana en el Quartier Latin, sintiéndose como Hemingway en sus buenos tiempos y pretendiendo acabarse las reservas de rogue ordinaire de a 0.25 fr. el litro (trayendo el envase) que vendían en la tienda de la esquina, cada vez que le llegaba el giro de la mesada desde su México lindo y querido.

No es, por supuesto, ni el bisabuelo del inconmensurable Polo Ortín, ni alguno de los miembros del grupo bohemio y tarambana de Manuel Mejido y Porfirio Muñoz Ledo que, a mediados del siglo pasado, solían empinar el codo con regocijo singular durante largas veladas nocturnas bajo la luna en el cementerio de Pere Lachaise, junto a la tumba de Don Porfirio, mientras declamaban trozos de Les fleurs du Mal  y se orinaban sin recato en los sepulcros vecinos.
El simpático clochard (teporocho, borrachín) no es tampoco -ni vaya ud. a pensarlo- algún antepasado del pequeño Sarkosy o del otro chaparrín de la misma arma que chupa por acá en el Bar Los Pinos.
Esta bonita estampa adorna uno de los sitios más emblemáticos del salón principal de La Virtud, el rincón francés, llamado así porque allí las voces de los parroquianos que hacen gárgaras y burbujas de pulque dentro de las barricas cercanas se escuchan muy nasales, guturales y en sordina, tal como si estuvieran hablando en el mismísimo idioma de Beaudelaire.
Si a alguien se le ocurre bajar la imágen y mandar una copia dedicada de puño y letra a sus amigotes o a sus admiradoras, como la que nos envió Benedicto XVI hace unos días, pues adelante; al cabo que, hasta donde sabemos, es del dominio público.

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