Théo Francos, brigadista internacional.
Por Aitor Fernández/datecuenta.org.
En vista de que ni un jodido medio español se ha dignado a
escribir cuatro líneas por tu muerte, Théo, me pongo a escribirlas yo, una
persona sin apenas formación de redactor periodístico, pero a la que la rabia en
el corazón le sigue moviendo a hacer muchas cosas, esta vez por la impotencia
de comprender que, en realidad, a nadie
le importa cuántas veces arriesgaras tu vida por defender la causa
antifascista, y digo causa porque defendiste la causa, la humanidad, por encima
de nacionalidades y banderas. Yo te conocí y pude abrazarte, aunque quizá al
salir de la ciudad no te acordaras ya nunca más de mí, pues tu memoria estaba
completamente desdibujada, lo que no me impidió ser testigo de tu grandeza.
A lo que voy. Desde que conocí tu historia, Théo (contada
por primero por la ARMH y leída luego por los textos de Sofía Moro) quise
conocerte, pero fue dos años después cuando tuve la oportunidad. El verano
pasado viajé a Baiona, en el penúltimo viaje del proyecto “Vencidxs”, para
descubrir en ti a un hombre mucho más pequeño de lo que había visto en las
fotos y vídeos, mermado por la vejez y la memoria, pero aún así excepcional y
humano. Un idealista de verdad, que vino a luchar a España para derrocar el
fascismo, aunque el Partido Comunista te lo impidiera, con muchos más
voluntarios que se llamaron las Brigadas Internacionales. “¿Cuál es la razón
del fascismo, Théo?” “Es la explotación -a pesar de todo tenías momentos de
lucidez), a mi padre en Valladolid le hacían trabajar toda la noche con un
trozo de pan y de cebolla.” Supongo que a eso querrían que volviéramos, y
supongo que por eso tú no sales en los medios hoy.
El miedo nunca se separó de ti. Pero eso no te impidió hacer
grandes cosas. Me dijiste que “a veces te despertabas por la noche y llorabas
como un chaval”, supongo que recordando lo que te parecería el fin del mundo, o
más bien, el fin de la humanidad, cuando te enterraban hasta la cintura para
torturarte, en el campo de concentración de Miranda de Ebro, dándote latigazos
a pleno sol y teniéndote así días enteros. “A veces pienso cómo pude aguantar
tanto. La gente, desde fuera del campo, me tiraba comida o agua, que mis
compañeros me daban cuando podían.” Eso fue la represalia por haberte fugado
del campo. Por las alcantarillas. Porque las Brigadas se habían ido, pero tú te
quedaste para seguir luchando, incluso cuando todo estaba perdido. “Eran los
mismos presos los que construíamos el campo –me contaste de forma dispersa-
pero no nuestros barracones, nosotros dormíamos a la intemperie. Construíamos
para los soldados, incluso les hicimos una piscina” Y mientras, seguían
exterminando a tus compañeros.
Cuando te liberaron pensabas que volvías a casa a descansar.
Pero al llegar viste Baiona tomada por los nazis. “Me escapé en el puente, vi a
mi madre de lejos, pero no me pude despedir de ella.” Porque entonces comenzó
una nueva odisea para ti, aunque en realidad era la misma: seguir combatiendo
el fascismo. Te alistaste como paracaidista en el ejército inglés y en la nueva
guerra te esperaban las experiencias más duras de tu vida. Tuviste que matar a
un compañero gravemente herido, que no tenía el coraje suficiente para tomarse
la pastilla de cianuro que llevábais. En otra misión, al saltar, tu paracaídas
quedó atrapado en el ala del avión: “Lo corté con el cuchillo como pude, y
llegué bien a tierra. Me descontaron el coste del paracaídas del sueldo del
mes.” Pero creo que lo peor fue cuando te fusilaron. A mí me parecía increíble.
Viviste un fusilamiento, y por ello llevaste alojada una bala a unos
centímetros del corazón toda tu vida. Te pregunté qué pensabas en esos
momentos: “No sabes lo que está pasando, si es verdad o no. A veces te herían
para que sufrieras antes de morir.” Pero tú no moriste, y te salvaron al día
siguiente una pareja de campesinos de la resistencia.
Pero también conociste la bondad humana, como aquellos
campesinos, o los ferroviarios que te tiraban comida, o las muchachas que te
escondieron en el granero:“Especialmente me quedaba impresionado por la
solidaridad de las mujeres, salvé mi vida muchas veces gracias a ellas.”
Mujeres idealistas y valientes. En Stalingrado te adentraste 30km en las líneas
enemigas con una muchacha rusa de 19 años para volar puentes e impedir el
avance nazi. La reencontraste setenta años después, ella tenía noventa y tu
hijo le decía que no te apretara tan fuerte, que te iba a matar del abrazo.
Y así ha sido tu vida, Théo. Me hablaste lentamente de tu
bisnieto, perdido en una amalgama de recuerdos que te costaba ordenar. “Papi,
tienes que llegar a los 100″, te decía. Quizá disfrutabas de él porque no
podías haberlo hecho con tu hija, a la que conociste con 20 años por todo lo
que tuviste que trabajar: “Al principio nadie me daba trabajo, así que tuve que
viajar y trabajar fuera, ocupando más de treinta puestos de trabajo
diferentes.” Me imagino que moriste en paz, aunque algo paenado porque veías el
fascismo “volviendo a levantar cabeza”. Espero no tener que vivir las terribles
experiencias que tú tuviste que vivir.
Conclusión. Y después de todo ¿para qué? -como me dijo
también Concha Carretero- Toda esa gente que fue asesinada, que defendió la
libertad de generaciones que ni conocerían después, que ha pagado con su
juventud y con su vida todos y cada uno de los derechos que ahora tenemos y que
estamos dejando perder uno a uno. ¿Para qué? Para que ningún medio dedique un
par de líneas a tu muerte.
Ni Rajoy, ni la selección española de fútbol, ni la
prima de riesgo merecen la mitad del espacio que debieras de ocupar en los
medios. Así que, habiéndolo escrito más mal que bien por lo que te pido perdón,
primero por no poder dedicarte todo el tiempo que te mereces, y segundo,
avergonzado, porque no es éste el medio principal donde tu muerte debiera
figurar. Un general español una vez te preguntó: “¿Tú no tienes madre? Porque
no es normal que una persona realice tantas misiones” “Sí, señor, la tengo, lo
hago por convicción” Te contestó muy seguro de sí mismo: “Pues quédate conmigo,
porque por lo menos salvarás tu vida. Cuando acabe la guerra, no te van a
agradecer nada.” Y era verdad.
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Tomado del diario La
República.
Enlace.
Collage digital de El Orejano.