lunes, diciembre 22, 2014


Alegoría Cuba-USA.
(con daiquirí)

Hace unos días se anunció la reanudación formal de las relaciones diplomáticas entre La Habana y Washington. Hace más de cincuenta años que dio comienzo el bloqueo económico a la isla, canallada imperial que tendría que cesar de inmediato, tal como lo exige la comunidad internacional.
Por entonces ya hacía rato que Hemingway se había marchado de su querida Cuba y de este mundo. Pasaban y pasaban los años y nadie osaba sentarse en su lugar predilecto de la capital, en la cabecera de la barra del bar Floridita, su sancta sanctorum de la antigua calle de Obispo. Allí pasó el escritor muchas horas deleitosas escribiendo sus notas, leyendo los periódicos de la época, charlando con todo el mundo y bebiendo marejadas de daiquirís, invento supremo de la casa.
s de dos decadas hará que el pulquero de La Virtud, luego de pasearse un buen tramo del malecón habanero del brazo de su mujer, recaló un mediodía sediento y bofo en el Floridita, como era obligado, para refrescarse y hacer los honores a uno de los grandes de su retablo mayor. 
Tomando asiento al lado del sitial del Papa de las letras del siglo XX y quitándose antes con respeto su sombrero Panamá, pudo disfrutar de un par de daiquirís que le preparó allí mismo el famoso Constante, su creador, ya por entonces muy anciano, y de su amable y sabrosísima charla mientras oficiaba parsimonioso, agitando una coctelera de plata. 
Erguido y concentrado, elegantemente vestido con una filipina almidonada y albeante, le daba exactamente sesenta golpes a ésta antes de vaciarla en la copa, mientras ezbozaba una sonrisa que era venerable y pícara a la vez. Había servido miles, quizas millones de ocasiones aquella delicia helada de limon y ron desde el principio de los tiempos.
        --Sí, caballero, han de ser sesenta golpes contados y con ritmo, tome nota.
Allí sigue presente el gringo barbado y pescador, bebedor, cosmopolita y premio Nobel que ha sido el mas famoso y asiduo parroquiano de toda la historia del lugar; reina allí para los restos, apersonado en una efigie de bronce de cuerpo entero que por coperacha mandaron hacer los cabales, el personal del bar y el propio jefe Constante. Sus amigos de aquellos tiempos ya también pasaron al otro barrio y jamás han de volver, salvo para escuchar las voces del Trío Matamoros canturreando un bolero que, segun afirman los camareros jovenes, se alcanzan a percibir, lejanas y decadentes, en ciertas noches de luna de verano, junto al rincón donde se encuentra la estatua. 
Cuando cese el inmoral embargo y el presidente Obama visite tierra habanera, tendrá que pasar al Floridita a remojar el cogote y a saludar a su ilustre paisano.  Ay de él si no lo hace.

No hay comentarios.: